En épocas pospandémicas nos hemos dado cuenta de muchas cosas que antes, dábamos por hecho, por ejemplo: con quién queremos compartir nuestros días, con qué canciones podemos pasar momentos perfectos, lo que añoramos que regrese pronto, los amores que eran dignos de ser replanteados.
Los seres humanos somos una reunión de recuerdos perfectos, perfectamente trágicos o perfectamente únicos, eso nos obliga a revalorar cosas que antes, dábamos por perdidas, en el encierro; necesitábamos libros, canciones y uno que otro recuerdo de: ¿qué será de ella?
El amor nos alimentó en la nueva normalidad y justo detonó una nueva perspectiva, no dejar más cafés pendientes, no dejar más mensajes sin responder, canciones sin escuchar, palabras sin nombrar.
Todos somos la música de alguien, la canción que pueden repetir a diario, el alimento, los acordes emocionales, las pausas, las estrofas, las tonadas perfectas, todos somos el deseo de alguien.
Merecemos desorden, caos emocional y deleites en el alma, pero, merecemos estabilidad y sobre todo, una persona que esté dispuesta a disfrutar los cambios, a ser la compañía de cada una de nuestras vidas, porque es cierto, el ser humano vive tantas vidas dentro de una misma vida que en ocasiones, perdemos la cuenta. Merecemos ser el presente de alguien que esté dispuesto a construir.
En el punto poético de ‘morir de amor por alguien’ ese alguien, debe tener el antídoto para revivirnos en cada momento, porque emocionalmente mueres sólo un instante y la permanencia, es encausada y evidentemente, voluntaria.
Merecemos el amor que construimos, el amor que estamos dispuestos a dar.