Soy el peor escritor del mundo – Parte 1

Soy un constante cronograma de acciones prefabricadas, una eterna búsqueda de instantes que nutren las emociones, me he vuelto un poco prediseñado en el arte de ser sentimental, como si me sintiera corresponsable del daño que los romances pasados me han causado. 

Y es que, yo era uno más en ese mar llamado publicidad, hasta el 2015, un año que me cambió por completo, imagínense que, alguien sin conocerme me invitó a ser parte de una experiencia única, era inevitable no sentirse halagado. 

Mi nombre es Alejandro y soy el peor escritor del mundo, lo soy porque no me gustan los finales, trato de siempre darle un tono romántico a las tragedias y desde hace mucho que mis gustos musicales no se renuevan. 

Pero, es verdad, he estado en constante roce con la tragedia, por ejemplo, dos de las personas que me cambiaron la vida, hoy ya no están; uno forma hermosas barreras emocionales que le ayudan a crecer.

¿Les conté que a una de ellas le prometí que sería el mejor publicista de este país? Seré sincero, ella vio cosas en mí que en ese momento yo estaba lejos de notar. Y es que, uno aprende a separar los recuerdos pero, nunca olvida las promesas, ni tampoco a la gente que le cambió la vida. 

Cuando ella murió, tomé valor para renunciar a un empleo (bastante bueno, pero que nunca me haría crecer) para buscar un sueño, que ni siquiera sabía de qué forma lo haría, sólo sabía que, tenía que estar, ¿en dónde? no lo sé, pero estar. 

Las muertes te cambian, te fortalecen emocionalmente y construyen un mundo paralelo de luchas constantes, siempre he dicho que, la existencia es un eterno laberinto de causas y efectos (como diría Germán Dehesa). 

Uno tiene que amar su caos, construir su esencia y tomar valor para las decisiones más fuertes, el mundo no es sencillo, pero, justo meses después de renunciar, comencé a volverme un publicista que desafiaba a la suerte, que amaba ser caótico y disfrutaba las sonrisas al tomar café. 

Que la gente vea piezas en ti que ni siquiera considerabas existentes, te nutre el alma, te construye un palacio para vivir que sabes tiene un costo muy elevado mantenerlo, justo me volví un experto en disfrutar los cambios y amar la incertidumbre. 

Mi extraña manera de ver la vida, se nutrió de fracasos, fracasé tantas veces que hoy, sólo le sonrío al fracaso, después, entendí la subjetividad de las palabras “ser el mejor”, porque algo es cierto, uno crece, acompaña proyectos distintos, hoy simplemente, con estar en un lugar distinto al que estaba, con metas distintas y sueños distintos, me hace ser mejor persona, amar mi espacio y complementar mi realidad.

Aprendí a sonreír a diario, a ser feliz, la plenitud costó, mucho; pero fue un proceso que me enseñó, me ayudó a deconstruirme para después buscar mis propias piezas.

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