Nos hacía tanta falta detener el planeta para escucharlo, llevaba años gritando, estaba angustiado y en un caótico proceso de destrucción. Nunca hemos estado listos para un momento de lejanía, siempre hemos sido cómplices de lo absurdo, amantes de la agonía y corresponsables de fenómenos inexplicables.
Tuvo que llegar una pandemia para que las personas que hacían oídos sordos y cerraban los ojos, se dieran cuenta de lo egoísta que es la humanidad. Ahora, imaginen a muchos que deben lidiar con este egoísmo a diario. ¿Verdad que es horrible?
Ahora, todos son una mayoría que es invisible y justo así, se siente ser parte de una minoría social, deténganse a pensar en, lo complicado que resulta vivir en las calles, lejos de comunicación, lejos de información y es que, también las pandemias conocen clases sociales, ¿están conscientes de eso, cierto? ¿qué pasará con la señora que vende en las calles? ¿qué pasará con aquellos que pasan horas buscando un poco de alimento?
La sensibilidad humana y la empatía es necesaria, pero, ¿cómo le explicas la empatía a una sociedad que asesina por pensar distinto? ¿cómo construyes un vínculo con aquel que considerabas tu enemigo? Justo por eso las tragedias son dignas de ser contadas, porque de muchas formas, son democráticas, la paranoia colectiva, es un fenómeno que ataca a cualquier ser humano, construye tramas casi perfectas.
¿Cómo es que estás diciendo que las pandemias conocen clases sociales pero las tragedias son democráticas? Es sencillo, las cuarentenas, no garantizan estar salvados en una contingencia. Por fin, el planeta nos está gritando, ¿acaso estamos listos para escucharlo?
Somos parte de la construcción colectiva, somos piezas fundamentales de la sociedad, pero, insisto, las tragedias no distinguen de clases sociales, son libres de todo prejucio, porque desde el caos, se puede construir con calma y sin juzgar…
A cada paso, las causas y efectos construyen un camino…