Los seres humanos somos miles de historias y momentos mágicos, somos las experiencias que vivimos, los lugares que conocemos y los romances que nos dejan una marca imborrable, justo por eso dicen que, el destino no se busca, se encuentra. La Ciudad de México es una mágica conjugación de momentos y andares, una ciudad que sólo tiene una forma de ser descrita: majestuosa.
Y es que, su majestuosidad se encuentra en sus calles que aún susurran canciones en el viento, en su gastronomía que parece una experiencia casi mística, en su diseño tan surrealista, en los personajes que la habitan, en las historias que aún le faltan por contar y es que, todos los días y a todas horas, renueva sus páginas, como si estuviera destinada a un eterno renacer.
Basta sólo caminar unos pasos para sentir amor, respirar acordes y sentirse un cineasta urbano, un coleccionador de historias que, parecen destinadas a ser contadas.
Y es que, la primera vez que la conocí me cautivó, me dejó impactado y en silencio, me llenó de tantas anécdotas y sólo bastaron unos días para decir: “Todos somos de esta gran ciudad”. La Ciudad de México se te queda en el alma, como una cicatriz emocional, cautivadora y esa, es una de sus grandes virtudes. Se vuelve inolvidable.
Y son estas cualidades las que la convierten en una oportunidad única para explorar las nuevas tendencias culturales, sociales e incluso tecnológicas. Se vuelve el campo de pruebas para cualquier músico con sed de triunfo, el elixir emocional de cualquier diseñador, una explosión de sabores y saberes para cualquier chef con ganas de trascender, el lienzo perfecto para cualquier pintor y el escenario perfecto para cualquier cineasta.
Es el corazón de México; el punto de encuentro en donde convergen todas las nacionalidades, todas las religiones y todos los colores que están destinados a pintar el cuadro más surrealista de Dalí, el auténtico museo de los romances rotos que, cada una de sus cafeterías parecen páginas en blanco destinadas a contar historias, cada uno de sus museos un espacio mágico para el conocimiento.
Comienza a perderte en su laberinto y déjate atrapar por su esencia, su misticismo que envuelve a cualquiera que está destinada a visitarla. Dejémosle de llamar “El Nueva York Latino”, “La Nueva Berlín” y llamémosle con todo el placer del mundo: La Ciudad de México, nuestra Ciudad de México.