Era 20 de septiembre, abrí mis ojos con dolor, la noche anterior no había dormido nada, me dolía el alma, no lo podía creer, aún pensaba que era un sueño y necesitaba despertar de esa pesadilla. Mi correo tenía decenas de mensajes, uno de ellos nunca lo olvidaré: “Alejandro, encontramos a mi hermano, mil gracias por difundir el mensaje” y comencé a llorar, mi mente me engañó por un momento pensando que, había sido sólo una de esos falsos recuerdos de los cuales quieres librarte.
Me dolía el alma, ¿cómo pensar que las calles que más recorrías en la Ciudad de México ahora serían distintas? Es cierto, a partir de hoy, nada sería igual, todo sería distinto:
Todo sería distinto porque México se llenó de esperanza, de amor, de ese amor que se contagia, de esa nostalgia que llena el espíritu. Los seres humanos somos una colección de instantes y es cierto, nuestra piel tiene memoria, jamás olvidaremos lo que nos ha tocado vivir.
Veía las calles de Puebla, veía el amor por apoyar, veía las ganas de salir adelante que sólo pensé: Decían que México era el gigante dormido. Hoy veo un país despierto, solidario y lleno de vida. Dando la mano. ¡Ese es mi país, qué orgullo!
El mensaje era claro: Toma mi mano, porque somos mexicanos. Toma mi mano, porque somos hermanos.
Que el México que unió la tragedia del terremoto no lo separe nadie.